viernes, 19 de marzo de 2021

EMPANADILLAS RELLENAS DE MEJILLONES

 



Uno no elije donde nacer. Sin embargo, sí decide de alguna manera cómo vivir.

Con apenas doce años el campo era su hogar. Corrían los años treinta del siglo pasado. Las calles del pueblo despertaban a un nuevo día despobladas de muchos niños. Los más afortunados podían ir a la escuela o a casa de alguien que les enseñara las cuatro reglas, como decían ellos: leer, escribir, sumar y restar.  Perteneciendo a esa gran mayoría de niños que desde que podían trabajaban para ganar su sustento, poco más que la comida del día, aprendió en la más estricta soledad esas cuatro reglas básicas y necesarias para poder desenvolverse en la vida, porque nada odiaba más que no saber hacerlo.

Contando las vacas que debía guardar, al final del día comprobaba que ninguna faltara. En esas lindes que recorría una y otra vez, con frío, calor, bajo la lluvia tenaz o con el viento a favor, muchos propósitos debió urdir, muchas metas debió imponerse. Muchas frustraciones debió transformar en fortaleza y tenacidad.

Cuando el día precede a la noche y la noche al día sin que nada pase, sin que nada altere ese devenir, cuando el otoño da paso al invierno, el invierno a la primavera y la primavera al verano en un proceder lento y espeso, cuando todas esas horas y minutos van pasando sin poder sujetarlas ni cambiarlas en el reloj del crecimiento, todas ellas  envueltas en la necesidad concreta de la pura subsistencia, parece que lo normal es entrar en un círculo cerrado, implacable, inexpugnable. Lo extraordinario es salir de él, observarlo desde fuera, analizar lo que dentro existe y, con ese afán propio de personas inconformistas, romper barreras, dejar que fluyan las dos energías, mezclar los diferentes mundos, unir burbujas. Así lo hizo él. De esta manera caminó por la vida. Siempre aprendiendo del pasado y siempre ansioso por descubrir. Siempre formándose como persona, siempre avanzado, siempre siendo él y siempre abierto a cómo eran los demás.

Cada pliegue de sus manos, cada arruga de su tez marcada por el sol, sus uñas siempre con restos de tierra en ellas, los pantalones de pana impregnados del olor a orégano, manzanilla y tomillo, la camisa con los cercos de sudor que denotan el esfuerzo del labrador y esas botas de campo que tanto anduvieron recorriendo cada palmo de tierra que la vista alcanza, cerraban el círculo de su potente personalidad alcanzando con un hilo invisible la gorra chamuscada por las zarzas quemadas para impedir que avanzaran por donde no debían. Esa gorra con el reborde ennegrecido que cubría con elegancia su cabello rubio. 

Sus ojos azules rompían con la rudeza de sus vivencias. Su voz tan particular se dejaba oír desde lejos alegre, fuerte y contundente. Y cuando el cante por Antonio Molina o Luis Lucena y su eterna canción  "Hermano" se hacía presente, a los que le escuchábamos nos llevaba a un paréntesis existencial donde todo era más fácil, mucho más llevadero, alegre y divertido. Esos cánticos en la era, en la huerta, vareando olivos,  en la feria del pueblo, la Carbonera o en la tasca del Carrero, con sus inseparables amigos, José Antonio Cantero, nuestro tío Remigio, los Morato, el señor Francisco Rebollo, el señor Elías el carpintero, el señor José María o el señor José Lavado, eran sus momentos, los suyos de verdad frente a un vaso de vino. Cuando de pequeñas sus amigos nos veían llegar a buscarlo porque la comida llevaba puesta en la mesa más de una hora y él sin llegar, las sonrisas socarronas de todos ellos haciéndole bromas eran dignas de disfrutar.

Ramón es este hombre y este hombre es mi padre.

Cuando la madurez nos sorprende siendo más sensatos con el entorno, el entendimiento y la comprensión nos lleva a la aceptación de la diversidad de formas de ver, entender y vivir la vida. Entendí muy pronto la filosofía de vida de mi padre. Le entendí y admiré desde siempre, creo yo, porque el esfuerzo y la dedicación exclusiva hacia su mujer y sus hijos fue su razón de ser y cuando estas premisas sustentan todo lo demás, es muy fácil que el amor y el respeto fluyan en ambos sentidos. Siempre me sentí querida y respetada por mi padre, en igual medida que yo le respeté y quise. De la misma manera que ahora le quiero y  respeto su memoria. Resulta plenamente reconfortante encontrar un punto de encuentro tan plácido y hermoso como el que siempre nos unió. Su valía fue mayor, él supo encontrarse y entenderse con siete hijos. Y amar a los siete por igual. Sin diferencias. Con mucha admiración por algunos y entendimiento y comprensión por los otros.

Felicidades Papá.


INGREDIENTES:


1 bolsa de obleas para empanadillas

1 lata de mejillones en escabeche

1 puerro

5-6 nueces

1/4 de una tarrina de queso filadelfia

Sal

1 huevo


PREPARACIÓN:

Ponemos al fuego una sartén con un poco de aceite y echamos el puerro cortado en trozos muy pequeños. Dejamos que se vaya haciendo a fuego lento para que quede meloso.

Apartamos y añadimos los mejillones escurridos y las nueces cortados en trozos pequeños, el queso y un poco de sal.

Rellenamos las empanadillas, cerramos aplastando los bordes con un tenedor, pincelamos con el huevo batido y al horno a 180 grados hasta que se doren.

Listo!!



Cantaba esta canción con todo el sentimiento y el acierto del mundo....



 

5 comentarios:

  1. Las empanadillas fáciles pero supongo que resultonas y seguro que muy ricas y la felicitación a tu padre preciosa y muy emotiva.
    Fueron sencillos, auténticos y consiguieron que les amemos por siempre.

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  2. Precioso querida da gusto leer tus escritos que bien has descrito a tú padre y que bien redactado todo.
    Muchos besos guapa. 😘😘🥰

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  3. Maravillosamente descrito y muy tierno conocerle a través de tí.

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  4. Precioso homenaje a tu padre y a todos los padres de aquella época. Mil gracias como siempre por tus relatos e historias y por tus recetas que como siempre son un acierto.Salud y feliz fin de semana preciosa.😘😘

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