lunes, 16 de octubre de 2017

CALZONE




La tarde empieza a caer, y con esa luz que tanto me gusta e invita al recogimiento y la meditación, nuestro coche atraviesa los últimos montes que nos separan de nuestro destino y en mi cabeza, lejos de aceptar la invitación del atardecer, los sentimientos, vivencias, experiencias y recuerdos de unos años inolvidables vividos en una ciudad especial se atropellan entre ellos y les urge salir de tal manera que no paro de hablar presa del miedo que siempre me da viajar en coche y el entusiasmo de volver.

Parece que no se ha vivido lo que ya ha quedado atrás. Los recuerdos pasados por el tamiz del tiempo van amoldándose a lo que nos gusta recordar y mucha gente que no hemos vuelto a ver, son como estatuas de sal que no queremos mirar por miedo a que se desmoronen. Sólo nos quedan surcos en la piel que nos muestran contundentes que esos años se han vivido. Y dolores pertinaces que nos hacen mirar a sitios de nuestro cuerpo que nunca antes habían existido.

Sentir que seguimos caminando por la vida inevitablemente debe tener el empuje de lo que antes se ha vivido y cuando el caminante, como es mi caso, no siempre ha varado en el mismo puerto, hay lugares especiales que obligan a echar el ancla del sentimiento y nunca más se leva, porque es tanto el arraigo que para una persona de tierra adentro como soy yo, el sentimiento a mar que tengo en mi baúl de recuerdos es muy especial.

Hay años en la vida de una persona que marcan más que otros, y aunque todos son fuente de aprendizaje, yo sentí mi verdadera libertad y orgullo de ser independiente bajo la melancolía de la ausencia de mi gente y mi tierra y al amparo de otras gentes y otras orillas que me hicieron crecer como persona, valorar lo que dejaba atrás y aprender de lo que la oportunidad me brindaba. Y junto a personas que siempre llevaré en mi corazón, fui feliz y viví a borbotones  unos años que se nos hicieron pocos, una etapa que sólo puede ser así cuando se tienen  22 años; un proceso de maduración y anclaje de pilares que al menos a mi me ha hecho ser agradecida con la vida y hoy, cuando vuelvo a pasear por esa Calle Larios, esa Malagueta, el Palo, la Calle Comedias, la Plaza de la Marina o el Muelle donde ahora luce un cubo muy chulo símbolo del museo Pompidou, me recorre por todo el cuerpo una sensación de felicidad y añoranza que me hace sonreír de la mano de mi Santo y siendo abuelita cebolleta con mis hijas, abordando una madurez que empuja por llegar a mi vida y que a veces me resisto a aceptar...

INGREDIENTES:

Para la masa:

400 gramos de harina
200 ml. de agua tibia
2 cucharadas de aceite de oliva virgen
Un pellizco de sal
Harina para espolvorear

Para el relleno:

Salsa de tomate casera
Orégano
Queso mozzarella
Champiñones en láminas
Mortadela siciliana
Ralladura de queso parmesano

PREPARACIÓN:

La masa:

Tamizamos la harina y la ponemos en un bol. Añadimos la sal, hacemos un hueco en el centro, ponemos el aceite y amasamos bien hasta que la masa no se nos pegue, echando poco a poco el agua. Dejar reposar una media hora.

Pasado este tiempo cortamos la masa en dos partes. Espolvoreamos la encimera con harina, ponemos encima una parte de la masa y alisamos con el rodillo. A mi me gusta la masa muy fina y la hago cuadrada del tamaño de la bandeja del horno.

Una vez tengamos la primera base, la colocamos en la bandeja de horno sobre papel sulfurizado, vertemos por encima hasta cubrir toda la base la salsa de tomate, espolvoreamos de orégano, colocamos las láminas de champiñones, repartimos las lonchas de la mortadela, rallamos por encima el queso parmesano y cubrimos con la otra parte de la masa que habremos alisado. Debe cubrir todo el relleno y los bordes los vamos uniendo haciendo un rulo fuerte para que no se salga lo de dentro. En el centro hacemos una cruz con un cuchillo para que haga de chimenea y al horno a 180 grados unos 15 minutos o hasta que la masa esté a vuestro gusto.

Mis hijas no quieren pizzas compradas ya hechas. La verdad es que nada que ver lo casero con lo comprado, además de ser mucho más sano y saber exactamente qué es lo que estamos comiendo.

Os las dedico: Volver, siempre hay que volver....


Ainssss...


Y Estrella Morente....

4 comentarios:

  1. Buenísima la receta y preciosa la reflexión.un besazo

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  2. Si, se ve que Màlaga te atrapó y que te dejas seducir mil veces más por ella. Muy bonito, Feli. Llena de vida, como siempre. Un abrazo preciosa.

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