Ya sabemos que el personal anda medio qué y que las cabezas las tenemos un poco aceleradas. La mía en particular es muy puñetera y va tan separada de la razón, que a veces parece que viva con una siamesa. Basta que sea final de mes y la cuenta bancaria esté titiritando para que a mi me entren unas necesidades tremendas de comprar un mantel para la mesa, un cojín nuevo o ropa interior...
Y en mi contradicción constante con lo que es y debe ser, pues desde que volvimos de vacaciones y aún a pesar de este maldito eterno verano que nos tiene atosigados, no hago más que experimentar sopas tradicionales del mundo.
Me propuse para este otoño a nivel culinario aprender a hacer masas, pastas y sopas del mundo. Ya os pondré las masas y las pastas; de momento: la sopa.
La sopa para mí es como el fondo de armario de la cocina. Tardé mucho en aprender a hacerlas porque nunca me salían como a mi madre. Y aquí llegamos al meollo del asunto. Decir sopa es decir madre y pensar en la madre es sentir seguridad. Por eso es tan difícil crear tu propia manera de hacer las sopas. Hay infinidad de recetas a las que todos podemos acceder con facilidad; hemos visto muchas veces cómo hacían sus sopas nuestras madres, pero intentar que una sopa salga exacta a la que hacían ellas es tan difícil como volver a sentir sus manos en las nuestras, sus palabras de enfado cuando algo no les gustaba, sus consejos basados en esa experiencia que antes despreciábamos o nos parecía aburrida y que ahora tanto añoramos. Con cada cucharada de sopa que llevo a mi boca, después de tantos años y no estando ella ya con nosotros, agradezco su dedicación y comprendo sus altibajos, porque educar es difícil, criar es complicado y preparar a los hijos para que sean personas de bien, a veces, se nos hace muy cuesta arriba a los padres. Y como siempre que tengo estas cuitas, concluyo en que con sentido común todo es más fácil y que no es necesario maximizar tanto, que nadie es perfecto y que azotarnos sin necesidad es tiempo perdido. Por eso, un cojín más, una sopa menos no debe influir en la nota diaria que nos pongamos....
INGREDIENTES:
100 gramos de judías blancas secas.
1 trozo pequeño de unto gallego (es como tocino añejo. En la charcutería de el Corte Inglés lo tienen)
1 repollo de col (los gallegos usan grelos, pero aquí es difícil encontrarlos)
2 patatas cortadas en cascos
2 huesos de ternera
1 codillo salmuerizado (ellos usan lacón)
2 chorizos
PREPARACIÓN:
La noche anterior ponemos en remojo el codillo y las alubias por separado.
Cortamos muy pequeño la col y en un bol echamos agua templada y la achuchamos para que pierda un poco su bravura (jajajaja), escurrimos y reservamos.
En la olla donde vayamos a cocinar ponemos en agua fría el codillo escurrido, las alubias y los huesos. Cuando hierva espumamos y dejamos cocer una media hora. Añadimos las patatas y la col y cocemos otros 20 minutos y le echamos el trozo de unto.
En una olla aparte cocemos los chorizos (que habremos pinchado con un tenedor para que no se rompan)
Pasado el tiempo de cocción que indicamos antes, probamos las patatas y las alubias y si están listos, sacamos los huesos, ajustamos de sal y añadimos los chorizos. Dejamos cocer el tiempo que estiméis oportuno, haciendo chup-chup, a baja temperatura hasta que quede como os apetezca. Como a mí me gusta que todo quede muy hecho, lo tuve cociendo como unos tres cuartos de hora más.
Cómo me gusta Arcángel!!
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