Es tan fácil dejarse llevar por la mirada que recorre múltiples rincones minados de hojas de olivos y pasto seco, como reconocer a la tierra madre su gran paciencia.
Los que hemos nacido en lugares tan arraigados a la tierra que si un año no daba sus frutos la miseria entraba por la puerta de casa, escuchamos las odas en favor de la naturaleza, agachamos la cabeza y pensamos para nosotros que la estupidez humana supera límites insospechados. Nadie como quien vive de la tierra la sabe cuidar mejor, porque si la tierra muere, ellos mueren, si la tierra sufre, ellos sufren, si la tierra llora, ellos lloran. Y cuando se aúnan armónicamente el bienestar de la tierra con el de los hombres, la tierra ríe y el hombre se alimenta.
Ver como casi de la nada aparece un pequeño brote que con mimo, esmero y sobre todo mucho trabajo se va convirtiendo poco a poco en el alimento de tus hijos, es una satisfacción que pocos pueden experimentar. Ni siquiera aquellos que lloran tanto por la destrucción del medio ambiente a lomos de un pedazo de mercedes con tres tubos de escape.
El reciclaje auténtico lo conocí de niña, cuando en casa no se tiraba absolutamente nada y los desechos eran usados para otros menesteres sin dañar al bolsillo ni mucho menos a la tierra que nos daba de comer. Hablar con propiedad es un derecho que nos arrogamos todos en muchos momentos de esas conversaciones acaloradas donde parece que nuestras palabras sientan cátedra y donde no damos la oportunidad de explicarse al de enfrente. Un defecto que he detectado tanto en mí como en la mayoría de personas con las que tengo esas estupendas charlas. Pero hablar con propiedad no puede hacerlo cualquiera cuando se trata de la defensa de la tierra, porque lo más cerca que han estado muchos de ella ha sido cuando vienen a los pueblos con botas de montaña de goreté a 200 euros el par y se dan una vuelta por rutas marcadas donde recogen setas en otoño o primavera.
La tierra tiene memoria; la tierra nos habla cada vez que queremos prestarle un poco de atención. La tierra nos llena de vida y a la tierra volvemos en nuestro último viaje. Por eso no es nada difícil amarla para quién os habla. Y no tanto por lo que yo le dedico de mi tiempo y sentimientos como por el alimento que supuso para mis padres. Mi padre, cada mañana de todos los días de su vida, hasta el último, necesitó la luz del amanecer para poder caminar. Su motivación eran las siembras, las siegas, sus cosechas; que su ganado comiera la hierba fresca en primavera y la paja guardada en el granero en verano, que su huerto lo regara el agua fría de su pozo, que en la alberca del cercao, su cercao donde ahora yo vivo muchos días del año, se deslizara melódico el chorro de agua durante la caída de la tarde mientras él se comía un helado sentado en el porche de mi casa bajo las tres parras que él me sembró.
En esas tardes de verano irrepetibles, el atardecer nos susurraba que las estrellas aparecerían tras una puesta de sol tan bella como la de ayer y también, seguro, tan bella como la de mañana; que la luna nos guiaría hasta llegar a casa para que nada malo pudiera pasarnos.
La incertidumbre de qué pasará mañana nunca la tuvo mi padre. Él se guiaba por el ritmo de las cosechas y nada más matar su cerdo en invierno, ya empezaba a ahorrar para la matanza del siguiente año. Tan sólo recoger las aceitunas y llevar a casa la cosecha de aceite del año después de haber hecho tantas y tantas cuentas con los "vales" del molino durante toda la temporada de la recogida, ya estaba preparando sus olivos para el año siguiente.
Hoy mi Santo y mi cuñado Kico están limpiando de pasto nuestro cercado. En otros tiempos ya lo tendría hecho él para cuando nosotros volvíamos de vacaciones al pueblo. Con sus manos a la espalda, todavía le veo subir la cuesta todas las tardes y me emociona no tenerle presente aunque sí en mis sentimientos. Que nadie me diga que no apreciamos la tierra los que siempre hemos vivido de ella, porque para quienes hemos visto a nuestros padres amarla tanto, tenemos la sensación de quererla y entenderla más que nadie.
INGREDIENTES:
2 hamburguesas de la tienda del Rafael de mi pueblo. Exquisitas. En su defecto, dos buenas hamburguesas.
1 cebolleta
1 calabacín
1 paquete de noodles (un tipo de fideos chinos o japoneses)
1 buen chorreón de soja
1 poco de curry
PREPARACIÓN:
En un wok o sartén honda, ponemos un poco de aceite y sofreímos las hamburguesas cortadas en trozos pequeños. Las sacamos y reservamos.
En ese aceite echamos la cebolleta y el calabacín cortado en tiras. Con el fuego medio-fuerte, damos vueltas sin espátula, con la sartén, y dejamos que se hagan pero sin que quede pocho, que la verdura quede entera.
Ponemos una olla al fuego con agua y un poco de curry. Cuando hierva añadimos los noodles y cocemos según indica el fabricante. Sacamos, escurrimos y no tiramos el agua de cocción.
Añadimos al wok los trozos de la carne y los noodles, rociamos bien con la soja, damos vueltas y le echamos un poco del agua de cocción, como unas 6/7 cucharadas, hasta que queden a vuestro gusto, bien hidratado y con buen color.
Vistas desde la terraza de mi casa del pueblo
Que alegría levantarte por la mañana y ver ese paisaje tan bonito y sano que pases buen verano preciosa
ResponderEliminarCasi siempre tus comentarios me hacen llorar,pero hoy recordando a nuestro querido padre y su cercao la emoción ha sido doble...quiero la tierra de mis padres solo porque el la quería tanto y sabes que también la disfruto en tu porche cuando estoy....es precioso mirar lo que el cuidaba con tanto esmero y sacrificio,te quiero querida y quiero que me sigas emocionando
ResponderEliminarQue bonito escribes....yo también he visto a mi abuelo y mis tíos amar la tierra que trabajaban...lo que ves con ojos de niña te cala hondo....ellos me enseñaron a amarla,cuidarla y respetarla...ellos sí que fueron ecologistas, los primeros y verdaderos...
ResponderEliminarGracias por poner tanto sentimiento en tus escritos como se imagina en tus guisos.
Ahhhh gracias por compartir ‼️‼️‼️��������������