No hay nada que te haga sentir más vulnerable que encontrarte en el pasillo de un hospital con una bolsa de basura en la mano donde se encuentran la ropa y zapatos de un ser querido que acaban de entrar en un lugar que nunca querríamos visitar, rodeado de personas con cierta prisa que intentan transmitir al que se queda fuera y al que va en la camilla, un poco de calma y confianza.
Esta sensación la he vivido ya algunas veces, la mayoría acompañada, pero alguna, sola; en ese pasillo común a muchos lugares del mundo, sin saber dónde poner mi abrigo, la triste bolsa de basura, el móvil que con mis manos temblorosas no consigo encontrar en mi bolso y esas lágrimas que quieren escapar pero que no dejo salir, y ese nudo en la garganta que me pide un poco de agua de la que está en la máquina expendedora pero que no puedo sacar porque no tengo monedas sueltas.
Cuando el tiempo ha pasado y el recuerdo de esos momentos es como un mal sueño que se entrecorta porque la memoria es muy selectiva y archiva casi todo aquello que nos hace daño, te sientes fuerte, como si hubieras conseguido un gran récord, como sintiendo que esa experiencia te ha hecho madurar, te ha hecho crecer como persona y te va acercando a la vida real muy alejada de la idílica que hasta entonces has llevado.
Las experiencias buenas nos hacen crecer, las malas, aunque te menguan en ilusión, mucho más aún, porque el peso de la vida, el peso serio, el que nadie quiere, del que todos huimos, a determinadas edades, ya empezamos a ser nosotros su portador para evitárselo a quienes nos siguen en edad. Y pienso que mientras más conscientes seamos de que esa es la realidad, más conformes viviremos.
Cualquier día, en cualquier momento, podemos de nuevo encontrarnos o bien al final del pasillo llenos de cables o bien al otro lado esperando noticias cargados con la bolsa de basura donde se mezclan los zapatos con la ropa interior...
Y no creáis, no estoy triste hoy; tampoco demasiado meditabunda. Es simplemente que ya empiezo a sentirme persona adulta.
¿Sabéis cuál fue la primera pista que me hizo pensar en la madurez?. Pues al bajar o subir una escalera eléctrica. Esto me ha pasado hace tan solo unos meses, o unos años; no recuerdo bien. El no coger el primer escalón aún pudiendo y esperar al segundo o tercero con cierta inseguridad, me hizo pensar: "Feli, te estás haciendo mayor...".
Y no pasa nada, de verdad. No dejas de caminar porque la vida sigue empujando. No dejas de reír porque la alegría, aunque mermada, no desaparece. No dejas de soñar porque la ilusión es fiel compañera de viaje. Y no dejas de sentir porque el sentimiento invade cada célula de quien está dispuesto a sentir, como es mi caso. Sentir, aprender, compartir...
¿Mi lección de vida?. Pues que no me gusta la gente mal educada y que ya no me sulfuro (palabra que me encanta y que mi madre utilizaba mucho) por casi nada. Pero ese "casi" quiero conservarlo como recuerdo de mi juventud, porque de vez en cuando no está mal enfadarse, cabrearse, indignarse o entristecerse, porque detrás de cada uno de esos sentimientos seguro que está una vivencia que más buena o más mala nos demuestra que seguir sintiendo es una obligación que nos debemos imponer cada día, todos los días a la salida del sol. No solo por nosotros; también y fundamentalmente por los que nos quieren y necesitan.
Receta que me ha dado mi querida hermana LOREN.
INGREDIENTES:
Venga, ahora que nos salen los calabacines de la huerta por las orejas....
2 calabacines
3 latas de atún en aceite
1 cebolleta fresca
3-4 pimimientos del piquillo en conserva
Mayonesa
Sal
Semillas de sésamo (Opcional)
Una pizca de curry (Opcional)
PREPARACIÓN:
Lavamos, secamos y partimos los calabacines por la mitad.
Ponemos agua a cocer con un poco de sal y de curry. Cuando rompa a hervir metemos los calabacines (que estén cubiertos) y dejamos hervir unos 10 minutos; depende del grosor de los mismos.
Sacamos, escurrimos bien y quitamos las semillas para desecharlas. Con una cuchara cogemos toda la pulpa del calabacín con cuidado de no romperlo. Cuando estén las cuatro mitades, ponemos las bases en una bandeja de horno.
Picamos en trozos muy pequeños la cebolleta, los pimientos y la pulpa del calabacín. Lo unimos todo, añadimos el atún bien escurrido, mezclamos y rellenamos la base de los calabacines. Cubrimos con una buena capa de mayonesa (ahora en verano no os arriesguéis y usáis la comprada), espolvoreamos con las semillas de sésamo y al horno a gratinar durante unos 10-15 minutos. Listo!!
¿Os acordáis? jajajaja!!!
Qué bonitas y maduras palabras
ResponderEliminarMe encanta me trae recuerdos los calabacines los voy hacer
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