Mis padres hablaban del "año la jambre" con un respeto y una temeridad que les hizo ser agradecidos toda su vida por tener un plato de comida que llevarse a la boca cada día, tres veces al día. Inculcado hasta la última célula de sus cuerpos que la necesidad es el motor del esfuerzo, aún cuando la necesidad no les acució, el esfuerzo seguía siendo el mismo. Y esa bendita generación hizo tan bien las cosas con los que veníamos detrás, que pasarán muchos años antes de que se vuelva a repetir una parecida, porque si bien los hijos de esas personas fueron los que modernizaron este país, ellos, sus padres, aceptaron con tanta dignidad el devenir de los tiempos que todavía no me he encontrado en mi vida con nadie más moderno que mi madre o mi padre. Y todavía más moderna era mi madre que mi padre, porque la mujer, ya sabemos, siempre va un pasito por delante del hombre en todo.
Estos días en los que la vuelta con calor hace que me queje injusta y tontamente, estoy teniendo la suerte de asistir a varias actividades que me hacen sentir en deuda constante con quienes me engendraron y toda su generación. Y es la obligación de propagar como pueda y allí donde me dejen las maldades que aún no se han saldado en esta España nuestra que todavía, después de muchos años, deberían hacernos enrojecer de vergüenza.
Ayer vi en la Universidad de Sevilla un documental coproducido por Alemania y España y dirigido por Lucía Palacios y Dietmar Post. Por título: "La causa contra Franco"; como argumento: una causa judicial abierta después de casi cuarenta años por una jueza argentina a instancias de un primer denunciante víctima de la represión franquista. Y aunque esta causa ha tenido una trayectoria medianamente lógica y se han añadido multitud de denunciantes, el final y según sus promotores, no será el justo; ninguno de los encausados pagará sus crímenes porque o bien están muertos o bien porque a los vivos, instancias y poderes políticos, judiciales y sociales, así lo quieren.
Y las víctimas, esos hijos y nietos de los desaparecidos en las cunetas de este país, a pesar de las exhumaciones que la incompleta y no suficiente Ley de Memoria Histórica ha permitido realizar, a pesar de estar documentado perfectamente los horrores que han cometido estas personas, a pesar de los pesares y por poner un ejemplo que seguro que todos conocéis, han tenido que ver cómo a Utrera Molina, falangista, ex ministro de Franco y suegro de Alberto Ruíz Gallardón, le entierran en 2017 con honores y manos alzadas cantando el cara al sol sin que nadie lo impidiera.
Y no podemos caer en el error de que abrimos viejas heridas cuando queremos dignificar a los muertos, porque ni tan siquiera en este país se ha dignificado a los vivos. Ni tan siquiera se les ha dado voz cuando más lo pedían. Y a pesar de que casi todos los datos que escuché ayer los conocía, ésto no restó ni un ápice mi dolor y mi empatia hacia personas que son incapaces de contener el llanto cuando recuerdan ante una cámara cómo se llevaron a su padre o a su madre para asesinarlos vilmente y sin motivo a las puertas de un cementerio, por la espalda, de rodillas y atados de manos.
Por eso, y aunque se nos acuse de ser "los pesados de siempre", hay que implicarse en política: es la única herramienta que tenemos los pobres para ser escuchados e impedir que sigan avasayando. Si la apatía nos invade, otros aprovecharán el momento, y os puedo asegurar que no serán los buenos...
INGREDIENTES:
1/2 kilo de garbanzos
1/2 kilo de costillas de cerdo ibérico
1 cebolla grande
3-4 dientes de ajo
1 rama de perejil
1 hoja de laurel
1 tomate maduro grande
1/2 pimiento rojo
Comino molido
Pimienta negra recién molida
1 ó 2 clavos
1 vaso de vino
PREPARACIÓN:
La noche anterior ponemos en remojo los garbanzos (siempre mido dos puñados de garbanzos por cada comensal) con un poco de sal y el agua ligeramente templada.
Por la mañana o pasadas 8-12 horas, escurrimos los garbanzos, retiramos las posibles impurezas y reservamos.
En la olla de cocción ponemos un poco de aceite y al fuego. Añadimos las costillas cortadas en trozos pequeños y desgrasadas un poco. Rehogamos y cuando la carne esté sellada, las retiramos y reservamos.
En el aceite de rehogar las costillas echamos la cebolla cortada en trozos pequeños; dejamos que se poche un poco y añadimos 2-3 ajos en láminas, removemos y ponemos el pimiento también cortado en trozos pequeños. Dejamos hacer un poco y le echamos el tomate cortado. Dejamos que se vaya haciendo el sofrito a fuego medio y, mientras, hacemos un majo con el perejil, otro diente de ajo, el comino, la pimienta molida y la sal. Añadimos el vino y volcamos todo en la olla.
Dejamos que evapore el alcohol unos minutos y pasamos la batidora por el sofrito. Añadimos las costillas y los garbanzos, cubrimos de agua y echamos el laurel y el clavo. A cocer al menos una hora y media. Si lo hacéis con olla a presión, con tres cuartos de hora (si los garbanzos son buenos) es suficiente. Vamos comprobando el punto de cocción que nos gusta y cuando esté listo, a servir y comer!!. La costilla debe quedar muy tierna, que se separe fácilmente la carne del hueso y los garbanzos blandos y melosos.
Esta canción la hemos escuchado tantas veces en casa.... Una canción vieja cantada por una chica joven....
Me encanta lo que escribes los garbanzos me encanta los voy hacer
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