Mi padre nos contaba una historia que siempre me llamó mucho la atención y que al escucharla, fue de las primeras lecciones de vida que recibí y de las primeras veces que empecé a tener conciencia de clase.
Un lindero suyo, de buena familia, con bastantes más propiedades que mi padre, vivió durante muchos años con su amante en la casa del campo que estaba junto al cercado de castaños y olivos que entonces tenía de arriendo mi padre y que luego acabó siendo suyo. La amante, una señora pobre y con la que compartió felizmente gran parte de su vida en un valle muy hermoso de castaños, robles y olivos donde, seguro, cada mañana, al despertar con el trinar de los pájaros y el ruido del viento, disfrutaban sintiéndose cómplices y protagonistas de una bonita historia de amor. En aquella época, años cuarenta o cincuenta, los ricos no se enamoraban de las pobres; los ricos abusaban de ellas, las tenían para desahogo pero siempre dormían al lado de su mujer. Y este hombre no. Renunció a todo por ella.
Y mi pueblo; un pueblo como diría Serrat "que a fuerza de no ver nunca el mar se olvidó de llorar", un pueblo que a pesar del aislamiento propio de la época, a pesar de su sierra agreste y a pesar de no estar bien comunicado, siempre ha sido muy tolerante. Las gentes de mi pueblo son gente abierta, respetuosa y aunque como en todos sitios el "critiqueo" es a veces un entretenimiento, siempre han vivido y dejado vivir.
Pues resulta que este señor enfermó un buen día y la familia no tuvo otra ocurrencia que llevárselo a su casa donde le esperaba su pobre mujer que supongo yo que al cabo de los años, lo que menos quería era cuidar a un hombre con el que había vivido poco y al que ya, seguro, no quería ni ver; muy al contrario, debía odiarle..., digo yo. Pues esta señora y sus hijos debieron cuidarle durante los últimos años de su vida, limpiándole los mocos y lavando y alimentando como podían un cuerpo inerte. Y la amante, la "otra", debió coger los bártulos y emigrar a Barcelona donde seguro que rehízo su vida a base de mucho sacrificio y no pocas lágrimas.
Nadie la echó del pueblo; nadie la repudió por ser la amante, pero el hambre era mucha entre los pobres y para ella más difícil que para cualquiera encontrar un trabajo que le permitiera vivir.
Cuando el amor nos hace decidir, muchas veces, muchas, erramos. Pero es un error de alguna manera asumido desde el mismo momento en que tomamos la decisión. Sin embargo, cuando la vida te obliga a hacer lo que no quieres porque una maldita parálisis, ictus, derrame cerebral o congestión como lo llamaban entonces, te impide decidir sobre tu vida, la frustración y el dolor debe ser tan intenso como la pena por no poder llorar al lado de la persona amada.
Pero si para ese pobre hombre el final de su vida fue duro, yo, escuchando a mi padre, no podía dejar de pensar en esa mujer. La Otra, la Amante con mayúsculas. Supongo que debió pasar un tiempo entre que tomó la decisión de marchar del pueblo y en hacerlo. Y esos días o semanas o meses, sin poder acariciar la mano de quién tantas veces se la dio, sin poder enjugar las lágrimas de su amor, sin poder compartir su pena con él, debieron ser una auténtica tortura.
Hoy todo habría sido diferente. Y vuelvo al principio. La conciencia de clase debe servir para ubicarnos con exactitud en el lugar que estamos y armarnos con toda las herramientas que podamos para cuando las cosas vengan un poco mal. El señor, el más pudiente, murió en una cama limpia y con un médico que venía a visitarle casi cada día, pero la señora, la pobre, se quedó sin nada, sólo con el empuje de la vida, que a veces, afortunadamente, empuja hacia donde debe...
INGREDIENTES:
Si estáis una noche sin saber qué darle de comer a vuestra tropa, este paté os sacará del apuro. Fácil, rápido y resultón...
1 lata de mejillones en escabeche
2 latas de atún al natural
1 cebolleta pequeña
Unas gotas de tabasco
Un trocito de jengibre
3 cucharadas de mayonesa
Un poco de zumo de limón
PREPARACIÓN:
Ya sabéis, de los ingredientes, usad las cantidades que queráis para hacer el paté a vuestro gusto...
Lavamos, pelamos y rallamos el jengibre. Lo ponemos en el vaso de la batidora junto con el resto de ingredientes. La lata de mejillones con todo su jugo, las de atún, escurridas. Batimos y listo.
Lo presentáis con pan tostado y estará muy rico; os lo aseguro...
Romance de la Otra. Marifé de Triana
Ay señó, señó....
Qué rico tiene que estar con ese pan calentito huuuu
ResponderEliminarSeguro que sigue pasando querida...más tontas son,ningún tío merece la pena,la receta buenisima...te quiero
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