miércoles, 5 de enero de 2022

CREMA DE ESPARRAGOS CON MANZANA Y QUESO GORGONZOLA


 



Llega un señor de barba a un lugar alejado de un pueblo alejado de casi cualquier lugar, amigo del maestro que aquel año recaló en Cabeza la Vaca. Dos chicos jóvenes, guapos, casi recién salidos de la Escuela de Magisterio. Don Juan, nuestro maestro, quiso llevar aquel día a su clase al amigo al que seguramente le había hablado de ese peculiar destino que le había tocado en suerte ocupar. Un destino particular dentro de la particularidad de ser maestro de escuela en zonas rurales allá por el año de 1970 más o menos. Un lugar que en apariencia despertaba cada día con la pereza de quienes se sienten abandonados a su suerte. Un lugar a la espera impaciente pero calmada de un cambio que no tardaría en llegar. ¡Y menudo cambio!. Las aulas de tercero y cuarto de EGB se encontraban entonces en medio del campo a casi un kilómetro del pueblo, en el Ejido. Nosotros, creo, fuimos, si no los últimos, sí los penúltimos niños que tuvimos que ir tan lejos.

Las generaciones que despedimos la dictadura en el colegio y dimos la bienvenida a la democracia en el instituto, tenemos un especial poso que siempre nos ha invitado a bailar con el atrevimiento más jovial de la mano de la prudencia. Y de forma muy especial, quienes nacimos en pueblos de jornaleros donde tan difícil era ver la opulencia y el bienestar y totalmente imposible disfrutar de esos privilegios, la magia de la noche de Reyes era tan real como las estrellas que guiaban el camino de los camellos hasta llegar a nuestro hogar. La carta estaba escrita con tanto tiempo que al paje real se le olvidaba algún año el sobre en el bolsillo de la chambra y aparecía cuando menos pegaba.

Queridos Reyes Magos. La Q, la R y la M, eran escritas con letra gótica, recreando un trazo elegante y en tamaño considerable al que le añadíamos estrellitas, bolitas de navidad y copos de nieve. Procurábamos no salirnos de las líneas marcadas con los lápices de colores de punta gruesa, evitando el "aguza" para que duraran grandes lo más posible. Cuando el lápiz estaba ya tan pequeño que ni con nuestras pequeñas manos éramos capaces de cogerlo, el miedo a quedarnos sin ellos y que los nuevos tardaran en llegar, hacía que la prudencia marcara el ritmo del coloreo.

Qué fácil era decirles que ese año habíamos sido muy buenas. Y qué fácil era pedir lo que queríamos una vez al año, a nosotras que la vida casi nos lo tenía prohibido el resto de días porque de nada servía hacerlo.

De pronto, la barba avanza hacia mí al mismo ritmo que mi corazón empieza a latir con rapidez. Que viene, que viene, ¿qué querrá? ¿Qué viene a decirme? Mi torpeza, inversamente proporcional al desparpajo del muchacho amigo de mi maestro, me hace tartamudear respondiendo a la pregunta: - "Qué le has pedido a los Reyes, bonita". -"Un lá aapiz y u una libreta..." -"¡No me lo puedo creer!; toma cinco duros y compra el lápiz y la libreta, chiquilla, y pide a los Reyes Magos una muñeca..." Imagino la escena desde la lejanía con el tamiz peculiar y romántico del paso de tantos años y no puede enternecerme más esa niña que un día fui y que todavía muchas veces sale de mi interior para recibir con tanta ilusión este día que ahora comparto con mis hijas, con mi Santo y con mi familia. Ahora casi nunca pido nada porque sé que vendrán más cosas de las necesarias, pero sigue viva esa ilusión. Muy viva, muy real, tan real como esos Reyes a los que esta noche dejaremos anís y mantecados antes de irnos a dormir; mantecados y anís que yo recogeré por la mañana para que mis hijas crean que se lo han tomado. 

La ilusión, la fantasía, la alegría y la generosidad hay que trabajarlas cada día. El día de Reyes, más. Porque la vida es fantasía y realidad y a veces no debemos dejarnos llevar sólo por uno de esos dos sentimientos. Vivir la realidad con sensatez no es igual que vivirla con frialdad. Vivir la fantasía con ilusión no es lo mismo que vivirla con ignorancia. Y treatralizar momentos que van a quedar en nuestra memoria, nos honra a quienes estamos cansados de tanta sensatez. A veces hay que dejarse llevar por la fantasía aunque debamos llamar a gritos a la alegría. 


INGREDIENTES


Dos manojos de espárragos verdes

1 manzana

150 ml de nata para guisar

200 grms de queso gorgonzola

1 litro de caldo de verduras

AOV

Sal

Pimienta recién molida


PREPARACIÓN:


Lavamos y cortamos los espárragos en trozos pequeños. Reservamos unas dos puntas por comensal.

Ponemos aceite en una olla al fuego y echamos los espárragos y la manzana pelada y cortada en dados. Rehogamos un poco, añadimos la sal y la pimienta y el caldo de verdura. Dejamos que cueza hasta que los espárragos estén blandos.

En un cazo ponemos la nata y el queso también al fuego. Dejamos que se mezcle bien y que se derrita el queso moviendo para que no se pegue. Cuando esté listo, separamos del fuego y reservamos.

Rehogamos las puntas de los espárragos en una sartén y reservamos también.

Cuando estén blandos los espárragos, batimos y pasamos por el chino. Listo.

Al servir la crema, por encima echamos la mezcla de la nata con el queso y las puntas de espárragos.

2 comentarios:

  1. La noche de Reyes es pura ilusión, inocencia y alegría y coincido contigo en que tenemos que vivir con ilusión todos los días.p

    ResponderEliminar
  2. Totalmente de acuerdo con Leonor y con tu relato, aunque he de decir que me sorprendes... yo pensaba que no te gustaba este doble juego de mantener la ilusión aunque todos conocemos su procedencia, no tan divina. Besos

    ResponderEliminar